Escrito por: Hugo Maul Rivas
Guatemala, 09 de febrero del 2022
6:30 AM. Esquina de la 9.a Avenida y 8.a calle. A mano izquierda, unos cuantos metros más adelante, la entrada al Mercado Central y un poco más allá, la Plaza del Sagrario. Semáforo en rojo. Tres motos y un carro. Como si se tratara de una mera sugerencia, poco les importó la luz roja que les mandaba a detenerse. El único piloto respetuoso, que paró en la esquina aguardando que la luz cambiara a verde, pronto se ganó estridentes bocinazos y mentadas de madre por quienes no pudieron pasarse la luz roja. Escena que se repite día a día, hora a hora, en todos y cada uno de los miles de semáforos instalados en las intersecciones más transitadas de las ciudades. 9:00 AM del mismo día. El bus de transporte colectivo hizo la parada justo debajo de la pasarela; ni siquiera podrían argumentar que el bus los dejó muy lejos del puente peatonal. Todos los pasajeros del bus que descendieron en ese lugar cruzaron corriendo el Boulevard Rafael Landivar, en las inmediaciones de Cayalá, esquivando a los automoviles se desplazaban velozmente por esa vía. Podría haber sido cualquier pasarela de la ciudad, pero fue en una de reciente construcción, que precisamente se instaló para que los peatones no tuvieran que realizar ese temerario cruce.
Un par de ejemplos de cómo la observancia de la ley es un asunto de segunda importancia para muchos. Siguiendo un mal entendido concepto de interés propio, muchos hacen los que se le viene en gana dado que no temen al castigo o consideran poco probable el mismo. En el sentido de Tocqueville, el interés propio “correctamente entendido no demanda grandes sacrificios, pero demanda diariamente pequeños actos de sacrificio…[en forma de] templanza, moderación, previsión, autodominio”. O bien, parafreseando a Montaigne, “el camino recto no se sigue por su rectitud solamente, sino por haber comprobado por la experiencia que al final suele ser la vía más feliz y útil». Es así como resulta que el Imperio de la Ley y el orden dentro de una sociedad requiere que todos cumplan a cada momento con las normas básicas que nos permiten vivir en sociedad. La multiplicación de actos individuales que lesionan el orden público terminan por erosionar el orden jurídico existente. Lo que a nivel individual parecen actos de “listura”, cuando se agregan por millones a nivel social terminan siendo estupideces colectivas que dañan a todos. De aquí la importancia de una cultura que exalte el cumplimiento de la ley y de un sistema jurídico que castiga las violaciones a las normas, sea que se trate de cruzarse la luz roja de un semáforo, robar un banco o enriquecerse ilícitamente con fondos públicos. Transgresiones que tienen algo en común: entorpecen el desarrollo de una cultura de respeto a ley.