13/06/2017

Q7 x US$1: El elefante en el salón

La reciente visita de Peña Nieto a Guatemala ha vuelto a poner en el debate nacional las oportunidades y amenazas asociadas con un mayor grado de integración económica con el vecino del norte. Uno de los temas a los que se le prestó más atención por parte de la comunidad empresarial fue al de la devaluación del peso mexicano y su impacto sobre la estructura productiva nacional. Si bien este tema escapa a los usuales contenidos que se discuten en una agenda binacional de integración comercial, es imposible hacer caso omiso de su impacto sobre la estructura económica nacional. Aunque la modificación del nivel del tipo de cambio no esté, afortunadamente, al alcance de Peña Nieta o de Morales, o de los miembros de sus gabinetes, está claro que para México el comportamiento del tipo de cambio constituye una variable crucial dentro de su estrategia de desarrollo, mientras que para Guatemala sigue siendo un tema sin resolver.

Al día de hoy, cuatro años y medio después que Peña Nieto tomara posesión, el peso mexicano se ha devaluado cerca del 40 por ciento; durante el mismo período, el quetzal se ha revaluado un 7 por ciento. Dependiendo de las fechas en que se haga el cálculo, un abaratamiento acumulado que oscila entre 40 por ciento y 50 por ciento a favor de la producción mexicana. Dicho de otra forma, cualquier comprador interesado en adquirir productos en los cuales lo único que cambia es la leyenda de “Hecho en México” por “Hecho en Guatemala”, los productos mexicanos resultan mucho más baratos que los guatemaltecos. Además, claro está, de los costos adicionales que puedan resultar de trabas burocráticas, problemas de infraestructura y otros muchos costos de transacción asociados con la exportación de mercancías. Asuntos en los cuales México también aventaja a Guatemala; según el Doing Business, México ocupa el lugar 61 entre 190 países en facilidad para el comercio transfronterizo, mientras que Guatemala ocupa el lugar 77.

De esa cuenta, resulta totalmente comprensible que compradores extranjeros y nacionales prefieran la producción mexicana a la nacional. Si a esto se suma la porosidad de nuestras fronteras, resulta totalmente comprensible el crecimiento del contrabando de mercancías mexicanas. Según un estudio reciente, como mínimo, 11 por ciento de los productos de la canasta básica son de contrabando, a lo que habría que sumar el incremento en las importaciones legales provenientes de México durante los últimos años. A nivel del comercio internacional sucede lo mismo: quienes antes compraban mercancías guatemaltecas, todo lo demás constante, prefieren hoy comprar mercancías mexicanas. Así como resulta totalmente comprensible el malestar de exportadores y productores locales que compiten con la producción mexicana, resulta totalmente incomprensible que muchos sectores se nieguen a reconocer los efectos negativos que este desbalance cambiario tiene sobre la estructura productiva nacional a corto y mediano plazo. Muchos prefieren hablar de la fina porcelana que hay dentro del salón antes que reconocer que hay un elefante adentro que está rompiendo todo.

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