Para el gran número de venezolanos que se oponen a la formación de una nueva asamblea constituyente, la defensa de la Constitución promulgada en tiempos de Chávez terminó convirtiéndose en un mal necesario ante la amenaza real de lo que puede salir de un proceso cuyo único fin es dejar consagradas las ideas de Maduro, Cabello y demás secuaces en un nuevo texto constitucional. A decir verdad, como bien lo definió un conocido intelectual venezolano que participó en el proceso constitucional de 1999, A. Brewer Carías, dicho texto constitucional contenía ya las bases elementales para llegar a los extremos que hoy está viviendo el país sudamericano. El desenlace que está teniendo la situación es, en muchos sentidos, la “crónica de una muerte anunciada”; desde el momento en que Chávez dio el primer paso para convocar a la redacción de una nueva Constitución se sabía que, tarde o temprano, todo el proceso terminaría con la consolidación de una dictadura y la instauración de una virulenta variedad de socialismo que no respeta los más básicos derechos humanos y civiles con tal de lograr lo que se propone.
Lo que sucedió en 1999, y está a punto de suceder de nuevo, evidencia al “proceso constitucional venezolano como instrumento para estructurar el desarrollo de un régimen político autoritario”. Si la primera fase de este modelo desembocó en la grave crisis económica, social, jurídica y política que hoy vive Venezuela, hasta miedo da pensar cuál podría ser el resultado final de la segunda fase que impulsa Maduro. Si la Constitución de 1999 empoderó de manera casi ilimitada a los Chávez, Maduros y Cabellos, mejor ni imaginar qué tipo de “majunches” podrían engendrar un perfeccionado “Imperio Chavista del Mal”. Para evitar malos entendidos con algún simpatizante chavista que pudiera estar a cargo de castigar usos “incorrectos” del lenguaje y la conciencia, al más puro estilo de la “Policía del Pensamiento” de G. Orwell, la referencia a las musáceas debe entenderse en su acepción venezolana: mediocres.
Con Chávez y Maduro no aplica aquella metáfora que sostiene que las “Constituciones son como cadenas que uno se impone a sí mismo, estando sobrio, para cuando llegue el momento en que uno esté borracho”. Con este nuevo tipo de totalitarismo, jugando con una frase original de J. Elster, el famoso teórico social y político noruego, ocurre todo lo contrario: “Nicolás y sus allegados pretenden redactar una nueva Constitución estando borrachos, cegados y locos por el poder”; creyendo a ciegas que la crisis venezolana se combate con más de lo mismo, en palabras de Brewer; “concentración del poder; centralización de las funciones del Estado; presidencialismo extremo; extensa participación estatal en la economía; marginalización de la sociedad civil en asuntos públicos; exageración de las cargas sociales a cargo del Estado; populismo petrolero, y; militarismo extremo”.