Escrito por Hugo Maul
Guatemala, 02 de marzo del 2022
Lo que hoy sucede en Ucrania, aunque Putin y sus corifeos esbocen hábilmente cientos de excusas para justificar sus actos, atenta contra los principios fundamentales sobre los cuales descansa el orden reinante desde finales de la Segunda Guerra Mundial. La diferencia, esta vez, es que la violación a estos principios de pacífica convivencia entre las naciones ocurre en el mismo corazón de Europa; escenario de la barbarie de las dos grandes guerras del siglo pasado. En el plano simbólico, lo sagrado es profanado; una transgresión de los ideales que inspiraron la arquitectura institucional que ha reinado durante los últimos 70 años en el mismo escenario en donde tuvieron su origen. Transgresión que, a pesar de representar una ruptura en la anquilosada arquitectura institucional de la posguerra, no es motivo de esperanza para la humanidad; al menos, no en el sentido de brindar más oportunidades para todos y garantizar que la ilustración prevalecerá sobre el dogma, la paz sobre el conflicto, la democracia sobre la dictadura y la libertad sobre la tiranía. En este caso el rompimiento institucional no garantiza que algo nuevo reemplazará a lo viejo, sino que lo viejo será reemplazado por algo aún más viejo, como dice el famoso historiador Harari en su última contribución a ‘The Economist’: la ley de la selva. No se trata de sacrificar lo que hasta ahora se conoce, en beneficio de un futuro desconocido que solo trae consigo formas de gobierno opresivas, en donde el resentimiento y el terror se convierten en las armas preferidas de los demagogos que ostentan el poder.
Tampoco se trata de que Putin sea el primero en cometer este tipo de transgresiones, tal como lo muestra el caso de la guerra del Golfo, o la invasión de Siria, por mencionar algunos casos recientes; o que solo Putin explote el resentimiento y la demagogia como herramientas políticas. Trump no se quedaba atrás en esto. No se trata de justificar las acciones del propio “hijo de p…”, como Roosevelt llamara a Anastasio Somoza Debayle, y aceptar la legitimidad de sus decisiones, sin importar que estas violen leyes, acuerdos, convenios o tratados que protegen los derechos fundamentales de las personas y que garantizan la pacífica convivencia entre las naciones. Se trata de reconocer que la moral todavía importa y que la verdad y la justicia no son opiniones personales, sino que tienen un contenido que, aunque a veces resulte confuso o cueste encontrarlo, es importante reconocerlo en todas las acciones. De lo que se trata es de reconocer, como postula Dahrendorf, el famoso jurista alemán de la posguerra, que “si todo es válido, entonces todo pierde valor y se torna indiferente”.