Escrito por: Hugo Maul Rivas
Guatemala, 11 de febrero del 2020
La línea roja está “pintada”, literal y metafóricamente: muchos automovilistas no solo se estacionan a la orilla de aceras pintadas de este color, sino, si la ocasión lo amerita, lo hacen en doble o triple fila; poco importa que esté prohibido o que exista la potencial amenaza que la Policía Municipal de Tránsito imponga multas o cepos. Un comportamiento muy común a las entradas o salidas de lugares de alta aglomeración de personas, tipo centros educativos, hospitales, mercados o centros comerciales. ¿Qué decir de los falsos imitadores de pilotos de automóviles y motos de carrera? Personas que literalmente se pasan los límites de velocidad por el “Arco del Triunfo” en busca de recuperar el tiempo perdido o emociones fuertes que, poniendo en riesgo a toda forma de vida que tenga la mala suerte de cruzarse en su camino. O bien, de los conductores que se niegan a hacer la cola para entrar a un carril reversible y pretenden que les den paso quienes van más adelante y si hicieron su cola: “hágase para un lado que mi derecho es más importante que el suyo”, pareciera ser su forma de ver el mundo.
Serpentear a lo largo de calles y avenidas, sin respetar mínimamente las formas más elementales para cambiarse de carril o para adelantar a otros conductores o considerar la luz roja del semáforo como algo opcional son otros ejemplos de la forma en que el ciudadano se relaciona con la ley. Si bien las normas de tránsito podrían considerarse de “inferior” categoría en relación a otro tipo de normas de mayor jerarquía, en el día a día de un ciudad como Guatemala, estas normas terminan siendo una de las formas más directas de relacionarnos con la ley y los demás. Su violación sistemática y generalizada va más allá de un tráfico caótico, al final de cuentas revela la relación moral que tiene el ciudadano con la ley. Aparentemente, ninguna. Asusta pensar las últimas consecuencias de esta forma de comportamiento: de cierta manera, las grandes violaciones de la ley, las que escandalizan a todos, tienen sus orígenes en la forma que el ciudadano se relaciona con la ley. Culpar a la PMT por estas y otro tipo de violaciones recurrentes de las normas de tránsito sería injusto; mucho haciendo cumplir mínimamente el reglamento de tránsito cada vez que pueden. Son tantas y tan frecuentes las formas en que los conductores de vehículos automotores violan las leyes de tránsito, que sería materialmente imposible castigar a cada uno de los violadores. No hay sistema legal que pueda castigar a todos y cada uno de los infractores en todo momento; al final de cuentas, cualquier sistema legal necesita de ciudadanos obedientes a la ley. Cuando la violación a la ley es la forma “normal” de comportamiento aceptado de los ciudadanos, y no la excepción, el salvajismo está a la vuelta de la esquina.