Escrito por: Hugo Maul Rivas
Guatemala, 30 de abril del 2019
Las buenas conciencias demandan favorecer la lucha contra la pobreza y la inversión en educación. Según el paradigma reinante, salvo por el caso de algunas posturas ideológicas extremas, estos factores son fundamentales para el desarrollo. Es tanta la fuerza de persuasión de estas ideas que, ni tontos ni perezosos, todos las fuerzas políticas en el país durante los últimos 40 años los han hecho suyos: desde la “Deuda Social” de la que hablaba la Democracia Cristiana hasta los “Pactos” del Partido Patriota, pasando por la “Cohesión Social” de la UNE o la “Estrategia de Reducción de la Pobreza” de Portillo.
Todos los gobiernos se han apalancado en estos conceptos para justificar la multiplicación de ministerios, fondos sociales y secretarías; contratación de multimillonarios préstamos externos y creación de nuevas cargas tributarias, muchas de ellas mal llamadas “transitorias” (IEMA; IETAAP; ISO) que se convirtieron en permanentes; y la continua experimentación con los dineros públicos para resolver de manera “creativa” estos problemas. Desdichadamente, cuarenta años después parece que nada ha funcionado como se esperaba, ambos problemas siguen igual de preocupantes que antes.
No obstante, de lo que no queda duda alguna es que la lucha contra la pobreza y la inversión en la educación ha consumido multimillonarios montos sin que se sepa a ciencia cierta los resultados de ese gasto. Asimismo, de la manipulación política de la que han sido objeto las intervenciones públicas destinadas a aliviar estos males: uso indebido de las transferencias monetarias para “compra” de votos; corrupción y despilfarro en programas de construcción de infraestructura social y entrega directa de insumos productivos y alimentos; firma de onerosos y abusivos pactos colectivos con el sindicalismo público para asegurar su respaldo político, y; uso de la institucionalidad pública encargada de estos menesteres con fines electorales.
Como muestra Carlos Fuentes en su libro del mismo título que esta columna, no bastan las buenas conciencias para evitar las malas consecuencias de llevar los ideales a la práctica cuando no existen condiciones mínimas para superar los arraigados vicios existentes. En este caso particular, la manipulación política y la corrupción en estos programas a causa de la mala planificación, ejecución, monitoreo, evaluación y control del gasto público.
Lo más grave de todo es que, aun bajo el supuesto que todo hubiera sido diametralmente distinto, mejorar los índices de pobreza y de educación no necesariamente redundan en desarrollo si no se crean oportunidades de empleo para los beneficiarios de esas políticas sociales. Contrario a lo que se cree, los empleos no van a surgir de manera espontánea por el simple hecho de reducir la pobreza y educar a la población.