Escrito por: Hugo Maúl Rivas
Guatemala, 8 de septiembre del 2020
El consenso generalizado apunta a que el declive económico que el país experimenta, al menos en el ámbito doméstico, se origina en las medidas de restricción a la movilidad y a la actividad económica que se adoptaron a partir de marzo. La lógica es clara: mientras menos posibilidades de operar normalmente existan, menor el nivel de actividad económica. Por tanto, según esta lógica, en caso de ocurrir un rebrote de contagios en el futuro próximo, si se desea evitar un nuevo derrumbe de los indicadores económicos, como el ocurrido durante abril y mayo, habría que evitar “cerrar” la economía. Un nuevo episodio de cierre de actividades económicas no esenciales y severas restricciones a la movilidad podría causar un daño irreparable a la economía; muchas empresas y trabajadores que empiezan a ver una luz al final del túnel verían truncadas fuertemente sus expectativas, muchos de ellos, para siempre. Vaticinar un rebrote de contagios es una tarea complicada, incluso, para los expertos; no obstante, es preciso reconocer que esta posibilidad se empieza ya a considerar en varios países que superaron ya la primera ola de contagios e, incluso, en países como México, que batalla todavía con ella. En todo caso, nada se pierde con considerar la posibilidad de un rebrote en Guatemala y evaluar cuál sería la mejor forma de afrontar el mismo para minimizar el impacto económico.
Según la sencilla lógica enunciada antes, la respuesta sería muy sencilla: no se debe cerrar la economía. Sin embargo, antes de sacar conclusiones a la ligera, habría que revisar las lecciones aprendidas en relación a la forma de combatir los contagios y su impacto sobre la economía. En ese orden de ideas, un estudio de un reputado instituto de investigación económica estadunidense concluye que las restricciones a la actividad económica contribuyeron solamente con siete por ciento en la reducción del tráfico comercial observado entre jurisdicciones contiguas, en donde una de ellas “cerró” su economía y la otra no; esto último debido a la reducción del tráfico comercial en razón a decisiones individuales voluntarias de abstenerse de participar en actividades productivas y de consumo que representaban alto riesgo de contagio. En el caso de Guatemala, dado el la gradual toma conciencia que ha habido en relación al riesgo de contagios, algo parecido pudiera ocurrir ante una nueva ola de contagios. Ante lo cual no se podría hacer mayor cosa; de esa cuenta, lo mejor sería frenar la pandemia lo antes posible y evitar a toda costa una situación en la cual, independientemente de las medidas que tome el gobierno, el impacto económico podría ser desastroso. Al final de cuentas, el temor y la pérdida de confianza por parte de los agentes económicos resultan tanto o más dañinos que cualquier tipo de restricción a la actividad económica.