Escrito por: Hugo Maul Rivas
Guatemala, 15 de junio del 2021
Tal como afirmara Edmund Burke hace más de 200 años: “Las malas leyes son la peor forma de tiranía… un mal gobierno puede matizar sus efectos, unas malas leyes transforman a todos en esclavos, hacen que los individuos estén a merced de la arbitrariedad”. Arbitrariedad que, en el caso de Nicaragua, parece no tener fin, tal como lo demuestra la persecución política contra quienes se han atrevido a desafiar al régimen de Ortega y Murillo. Por más que Ortega sostenga que actúa con total apego a la ley, tales alardes carecen de validez alguna dado que la ley en Nicaragua no es más que la materialización de la voluntad de quienes detentan el poder. Un gobierno que controla al Legislativo no solo puede usar su mayoría para dar gusto a cuanto desee el poder político y la burocracia sino también para burlar el control cruzado que debería existir sobre el ejercicio del poder por parte del Ejecutivo. De esa cuenta, nada impide al regimen violar los derechos fundamentales de los opositores, expropiar lo que legalmente les pertenece a los ciudadanos o cualquier otro uso abusivo de la fuerza contra quien se atreva a desafiar a la autoridad. El tridente diabólico formado por las leyes del “Ciberdelito”, de “Agentes Extranjeros” y de “Defensa de los Derechos del Pueblo a la Independencia, la Soberanía y Autodeterminación para la Paz” sientan las bases para eliminar cualquier tipo de oposición del camino. Cualquier tipo de oposición; no hay que confundirse, este tipo de regímenes no respetan a nadie. Si llegado el momento es necesario sacrificar a alguien, no dudarán en hacerlo, y si para ello necesitan de una ley, harán la ley.
Si a esto se suma el uso del poder del régimen para para hacer nombramientos en los tribunales, en las altas esferas de la burocracia y demás organizaciones controladas por el gobierno, así como para influir de manera decisiva en el nombramiento de quienes dirigen los órganos de control político y administrativo del Estado, no queda ámbito alguno libre del uso del poder sin sujeción alguna. Muestra de ello, la persecución a los medios de prensa y organizaciones sociales independientes por parte del régimen y sus matones. El extremo al que ha llegado Nicaragua, que en nada se diferencia a lo que está sucediendo en lugares cercanos, es producto del deterioro sostenido en la naturaleza y uso de la ley. El hecho que las leyes hayan sido aprobadas por una mayoría parlamentaria, que obedece sumisamente al déspota de turno, no garantiza que esas leyes sean justas. Como dijera un famoso político conservador británico, cuando “se ignoran los valores humanos fundamentales de la justicia y la moralidad, pronto se convertirá el gobierno de la mayoría en una tiranía sin principios”.