Para el gran público resulta difícil de entender que las autoridades monetarias permanezcan pasivas..
09 de octubre del 2018
Escrito por: Hugo Maul Rivas
La tasa de inflación, según el INE, “al mes de septiembre de 2018 se situó en 4.55 por ciento, empujada por los combustibles y productos agrícolas”, valor que contrasta grandemente con las bajas tasas de inflación que se venía observando durante el año; la FAO, por su parte, reportó que durante el mes de septiembre el precio del maíz registró una reducción de 20.74 por ciento y el del frijol un descenso del 5.74 por ciento, alcanzando este último su nivel más bajo en cinco años; lo cual concuerda con el INE en lo que a la Canasta Básica Alimentaria se refiere, que para este mismo mes reportó una baja de precio de Q58.91, el equivalente al 1.6 por ciento. Para los expertos en banca central, incongruencias que no deberían ser motivo de preocupación ya que lo único que importa para la conducción de la política monetaria es la tasa de inflación, medida como la variación porcentual del Índice de Precios al Consumidor en un determinado periodo de tiempo. Dentro de un marco de referencia para la política monetaria que pretende “anclar” las expectativas de los agentes económicos respecto de la evolución futura del nivel de precios, este tipo de incongruencias generan entre el público dudas fundadas acerca de la “correcta” medición del comportamiento del nivel de precios en el país.
Por otro lado, mientras más se agudiza la crisis económica y el banco central se ve obligado a revisar su pronóstico de crecimiento económico hacia abajo, también sufre la credibilidad de la institución aunque sus autoridades manifiesten hasta el cansancio que no les corresponde jugar papel alguno en resolver problemas del “sector real” de la economía, como se suele denominar a todo aquello que se relaciona con la producción, consumo, inversión, empleo, productividad, exportaciones, etcétera. Para el gran público resulta difícil de entender que las autoridades monetarias permanezcan pasivas viendo cómo la economía esta “yéndose por el despeñadero”. Aunque tal actitud pueda ser totalmente justificable desde el paradigma económico que inspira el manejo de la política monetaria, no se puede negar que tan rígida postura también pasa su factura a la credibilidad del banco central. A lo que habría que sumar el impacto que tiene sobre la credibilidad del banco central las crecientes dudas acerca del “verdadero” comportamiento de la inflación. En un contexto en donde nadie más “da la cara” en la esfera pública ante los problemas económicos que vive el país, lo cierto es que el clima político e institucional reinante también terminará pasando su factura a la credibilidad del banco central. Sobre todo, si las nuevas autoridades siguen tomando la información acerca de la evolución de la inflación como si fuera la “verdad divina” y, en consecuencia, pierden importante información que podría revelarles otra forma de conducir la política monetaria del país.