7 de noviembre del 2017
Escrito por: Hugo Maul R.
A raíz que Standard&Poors, con ocasión de la rebaja en la calificación de riesgo crediticio del país, sacara a colación que la inestabilidad política estaba afectando el desempeño económico, cada vez existe mayor preocupación acerca de los efectos que la crisis política puede tener sobre variables económicas fundamentales como la tasa de crecimiento del PIB, la inversión doméstica y extranjera, el empleo, tipo de cambio, tasas de interés y la recaudación. El fenómeno al que hace referencia la calificadora de riesgo es uno que ha sido bastante estudiado por la ciencia económica; la mayor parte de la evidencia encontrada indica que mientras más severo, duradero y violento resulte ser el período de inestabilidad política, mayor el impacto negativo sobre la actividad económica. Si bien la relación entre inestabilidad política y actividad económica parece obvia, lo que no resulta tan obvio es cómo se mide, para propósitos prácticos, la inestabilidad política: los efectos económicos de un golpe de Estado son muy distintos a los que provoca el cambio constante de ministros o un fraude electoral; de igual forma, no iguales los efectos económicos de una crisis política corta y profunda que de una larga y de poca intensidad; lo mismo sucede en lo que se refiere al nivel confrontación social asociado con la inestabilidad política.
En lo que respecta a los efectos de la inestabilidad política sobre la conducción de los asuntos públicos durante estos dos años, la sensación generalizada es que el gobierno está en modo de “piloto automático”. A pesar que ciertos funcionarios públicos han intentado estructurar algunos ambiciosos planes de trabajo, lo cierto es que existe una sensación generalizada que el país no va a ningún lado; no se percibe que las autoridades a cargo tomen decisiones en función de un plan estratégico de desarrollo del país. En lo que se refiere a expectativas futuras, lo único que está claro es el marcado ambiente de incertidumbre que reina en el país. Lo que se esperaba fuera un proceso corto y profundo de reforma política está convirtiéndose en un largo y complicado camino cuyos resultados finales no los conoce nadie y en donde puede terminar pasando cualquier cosa. En este estado de cosas, resulta totalmente comprensible que se erosione la credibilidad del gobierno; que existan cada vez más dudas sobre las políticas públicas; que aumente la percepción de riesgo sobre las inversiones; que se reduzcan los horizontes de planificación; que se escondan o huyan los capitales; que se reduzcan los niveles de productividad a causa de la desatención a variables y procesos clave dentro del sistema económico; que los consumidores reduzcan su gasto ante el incierto futuro. Aunque la inestabilidad política no ha provocado, afortunadamente un quiebre institucional mayor, mientras más tiempo pase sin que se resuelva y cada vez exista menos esperanza que algo fundamental cambiará al final de la misma, los efectos económicos serán mayores.