Escrito por: Hugo Maul Rivas
Guatemala, 01 de octubre del 2019
Cuarenta años después del pionero trabajo de Douglas North, Premio Nobel de Economía 1993, sobre la importancia de las instituciones, ya nadie pone en duda su importancia para el desarrollo económico y el funcionamiento del sistema político. La contribución de esta rama del conocimiento puede resumirse en dos grandes conclusiones: a) las instituciones importan; y b) las instituciones son endógenas. La primera de estas afirmaciones hace referencia al papel que juegan las normas, formales e informales, creencias y costumbres en el comportamiento de los agentes económicos. La segunda afirmación se refiere al hecho que la forma particular que las instituciones toman y cómo funcionan dependen de condiciones particulares de los sistemas político, económico y social sobre el cual estas ejercen su influencia. De aquí se desprende el famoso pasaje de su discurso de aceptación del Nobel acerca de las instituciones y las actividades criminales: “si el marco institucional promueve la piratería, surgirán entonces organizaciones piratas; organizaciones que invertirán recursos para adquirir conocimientos y habilidades que las hagan cada vez mejores piratas”.
En ese sentido, la grave situación que se vive en materia de cooptación del Estado, impunidad, corrupción e inefectividad de la gestión gubernamental, para mencionar algunos de los graves problemas existentes, al mismo tiempo son origen y resultado de las reglas que rigen el juego en el ámbito jurídico, político y económico. En la medida que las reglas del juego permiten que se fortalezcan este tipo de resultados, mayor será el poder de los grupos y organizaciones que se benefician de los mismos y su interés en perpetuar las reglas del juego existentes. Pretender cambiar estas condiciones desde afuera, exógenamente, resulta muy complicado, sino imposible, salvo que se cuente con una fuerza externa capaz de aplacar los poderes preexistentes en manos de quienes se benefician del estado actual de cosas. Es decir, no basta con tener en mente un buena arquitectura institucional y el más vehemente deseo de ponerla en funcionamiento para que la situación cambie dramáticamente: ¿por qué habrían irse a casa con los brazos cruzados quienes resulten perjudicados? ¿acaso no tendrían suficientes incentivos para oponerse al cambio o, como mínimo, sabotearlo? Mientras las condiciones subyacentes obedezcan al diseño institucional anterior, es muy probable que cualquier reforma institucional encuentre serias dificultades en la práctica. Lo cual no implica ningún tipo de conformismo sino la necesidad de reconocer la importancia de mantener un sano escepticismo acerca del “poder” de las instituciones. Una reforma institucional no es garantía de nada, salvo de haber dado el primer paso de un largo y complicado camino.