Escrito por: Hugo Maul Rivas
Guatemala, 09 de febrero del 2021
Según cifras de la Comisión Económica para América Latina de finales del año pasado, Centro América, en promedio, experimentó una tasa de crecimiento económico de -6,5 por ciento; Sur América, de -7.3 por ciento; y América Latina de -7.7 por ciento. Guatemala, por su parte, apenas experimentó una tasa de crecimiento económico de -1.5 por ciento, según cifras no oficializadas por parte del Banco de Guatemala. Un notable resultado que ha provocado que mucho se hable de la “resiliencia” de la economía guatemalteca; un término que, según parece, se usa para denotar la capacidad de adaptación de la economía nacional para hacer frente a los problemas derivados de la COVID-19. Como muchos otros conceptos más en la disciplina económica, este término ha sido tomado prestado de otras disciplinas científicas para explicar fenómenos específicos. En la Física, por ejemplo, se usa para denotar la capacidad de un material o una estructura para recuperar su forma, resistirse al cambio, cuando se les somete a condiciones de estrés; en Biología se refiere a la capacidad de un organismo o ecosistema para recuperar sus propiedades, procesos y funciones clave ante perturbaciones externas. Simplificando al extremo, podría decirse que el término resiliencia hace referencia a la capacidad que tiene un sistema para preservar sus características básicas ante factores externos de tensión. En términos económicos, a la capacidad de resistencia y adaptación del sistema económico ante perturbaciones externas; propiedad que, no incluye la capacidad de transformación del sistema.
De confirmarse el número, sería sobresaliente que Guatemala solo haya decrecido un -1.5 por ciento durante el 2020, pero preocupante que después de todos los empleos formales que se perdieron, empresas que cerraron y oportunidades de negocios que no se realizaron, la tan necesaria recuperación económica consistiera solamente en un rápido regreso a la tasa de crecimiento vegetativo de la economía. Guatemala es, al fin de cuentas, como un viejo avión que no se detiene nunca durante su recorrido de despegue, pero que nunca toma vuelo. Minimizar la pérdida de velocidad de despegue ante factores imprevistos es importante, sin embargo, insuficiente; para volar no solo se necesita alcanzar una velocidad mínima de despegue sino contar con alas diseñadas para ese propósito. Más que estar satisfechos con la resiliencia de la economía guatemalteca, habría que preocuparse por verificar que si la estructura productiva cuenta con “alas” diseñadas para volar o bien, como da cuenta la historia, dicha estructura solamente garantiza que Guatemala nunca se detiene pero nunca despega. Como se ha dicho hasta el cansancio, crecer a una tasa promedio de 3.5 por ciento es importante, pero insuficiente dadas las necesidades económicas y sociales del país