Escrito por: Hugo Maul
Guatemala, 20 de julio del 2021
A principios de este siglo, el futuro económico de la región centroamericana resultaba promisorio: la región experimentaba un creciente proceso de integración a la economía mundial; los prospectos para acelerar la atracción de inversión extranjera parecían inmejorables; se negociaba un tratado de libre comercio con EE. UU.; la oferta exportable seguía creciendo y diversificándose. Sobre todo, parecía que, por primera vez en mucho tiempo, la región tenía ante sí una importante oportunidad para acelerar su desarrollo económico, generar empleo formal a gran escala, mejorar la productividad y aumentar los ingresos de los ciudadanos. Dos décadas después, a pesar de importantes avances en muchos campos, la región sigue sin ser capaz de generar suficientes empleos productivos para ofrecer a sus ciudadanos oportunidades reales para mejorar sus niveles de vida. Prueba inequívoca de ello, los grandes flujos migratorios que la región ha experimentado durante este mismo periodo.
Dicho de otra forma, en el 2002, cuando las remesas internacionales que recibía Guatemala apenas superaban los US$1.5 millardos por año, nadie hubiera creído que dicho monto se multiplicaría por más de ocho veces en las dos décadas siguientes. Al punto que, de seguir la tendencia actual de crecimiento, muy probablemente el valor total de las remesas superan al valor total de las exportaciones. Esto es, por cada dólar exportado en concepto de mercancías y servicios, Guatemala recibe otro dólar proveniente de la “exportación” de connacionales. Con el único afán de contar con una mejor perspectiva de este fenómeno, hace 20 años las exportaciones totales del país eran más de dos veces y media más grandes que las remesas internacionales que se recibían. De haberse aprovechado la apuesta que hizo el país a principios de siglo, que brevemente se explica al inicio de esta columna, deberían ser las exportaciones las que tuvieran el protagonismo histórico de las remesas.
Tampoco sorprende lo sucedido; en una investigación del CIEN de 2003, proféticamente se decía que de no lograrse un balance entre mejorar la productividad de la mano de obra y la protección de los derechos laborales, era muy probable que la región no pudiera aprovechar los beneficios que la apertura traía consigo. Aunque nadie puede estar en contra de la protección de los derechos laborales, se decía en esa época, es importante comprender que para que existan derechos laborales que tutelar y ampliar es imperativo, primero, contar con más y mejores empleos. Lección que sigue sin comprenderse completamente; 20 años después, el énfasis sigue siendo en proteger los empleos que existen, aunque eso represente sacrificar nuevas oportunidades para generar empleo y seguir exportando gente.