Escrito por: Hugo Maul Rivas
Guatemala, 23 de abril del 2019
Zizek vs. Peterson. Según los expertos en la materia, el ansiado debate entre las dos estrellas mundiales de la “farándula” pop de la crítica cultural no fue lo que se esperaba. Quienes esperaban ver un Chomsky vs. Foucault o un Wittgenstein vs. Popper, ahora recordado como el debate del “Atizador”, se quedaron con las ganas. En esta ocasión ninguno de los dos “pesos pesados” estuvieron a la altura, entre aparente falta de preparación, evasivas y referencias vagas sobre temas torales, ambos autores quedaron mucho a deber en términos de la elucidación de tan controvertido tema. No obstante, algunos pasajes de este debate dejan lecciones importantes para entender un poco más la forma en que se abordan en la opinión pública los temas más complicados de la realidad económica, política y social. Sobre todo, la siempre presente tendencia a tomar posiciones extremas cuando se abordan estos temas, fuera de las cuales no existen otras posibilidades: rojos vs. cremas; comunistas vs. anticomunistas; pro-CICIG vs. anti-CICIG; Estado vs. Mercado; etcétera.
Del debate se derivan dos lecciones. La primera, reconocer la diferencia entre debatir y deliberar, conceptos que tantas veces se confunde. En el debate se gana o se pierde; la deliberación, como dice la RAE, tiene como objeto “considerar atenta y detenidamente el pro y contra de los motivos de una decisión”. Muchos de los asuntos que suelen ventilarse en los medios tradicionales y las redes sociales requieren más deliberación que debate. Lo primero demandaría una apertura al diálogo, estar abierto a escuchar al otro para enriquecer los argumentos propios; acercarse a un tema difícil mediante el intercambio de ideas, experiencias y saberes para conocer un poco más del mismo y tomar mejores decisiones. Debatir implica intentar convencer al público que uno tiene la razón, que los argumentos del otro están equivocados; que los demás le den a uno la razón. No se trata de buscar mejores caminos de manera colaborativa sino de convencer a todos que solo hay un camino. La segunda lección es sobre la importancia de definir de manera precisa el problema que motiva el debate. En ausencia de claridad sobre la propuesta sujeta a discusión, por más que una de las partes convenza al público de la validez de sus explicaciones, al final de cuentas solo se habrá abonado a la confusión original que dio vida al debate. En ese sentido, S. Marche, escritor canadiense, en su columna en The Guardian respecto del debate en cuestión, hace una pregunta que vienen como anillo al dedo dada la crisis que vive Guatemala: ¿Cuál es el origen de “la rabia que consume toda la discusión pública en este momento?: ¿nos estamos gritando unos a otros porque estamos en desacuerdo o porque estamos de acuerdo que no podemos imaginar una solución