Escrito por: Hugo Maul Rivas
Guatemala, 02 de junio del 2020
La destrucción de empleo formal sumada a la reducción en los ingresos de quienes se ocupan en la informalidad, inevitablemente, se traducirán en mayores niveles de pobreza. Quienes tenían la fortuna de contar con un empleo formal antes de la llegada del nuevo coronavirus y lo pierdan a causa de este, tienen escasas probabilidades de encontrar otro empleo en la formalidad. Si acaso lo encuentran, lo más probable es que que la plaza en cuestión haya pertenecido antes a otro trabajador que la perdió también por la misma causa; en estos tiempos son muy bajas las probabilidades de encontrar nuevos empleos gracias a la bonanza de algún sector económico. Las plazas formales de empleo que se destruyan son sinónimo de más personas trabajando en la informalidad para para agenciarse de algún ingreso. Una situación que, si bien puede brindar algún e alivio a quienes pierden su empleo formal, solamente bien a agravar la situación de quienes dependen ya de la informalidad para subsistir. Aunque parezca verdad de Perogrullo, la creación masiva de oportunidades de empleo formal sigue siendo una de las salidas más efectivas y sostenibles para los agravados problemas de pobreza que nos deje el COVID-19 a su paso.
Si se considera que la Población Económicamente Activa supera los 6 millones de guatemaltecos, queda claro lo dificultoso que resulta combatir la pobreza cuando solamente un poco más del 10 por ciento de toda la población en edad de trabajar tienen oportunidad de conseguir un empleo formal. Peor aun si se considera que históricamente la tasa de crecimiento del empleo formal a sido extremadamente baja; de forma aproximada, la capacidad de generación de empleo formal del sistema económico sigue siendo la misma que la de hace 40 años. Lo más grave de todo es que, al momento, nada indica que hayan cambiado algunos de los obstáculos legales e institucionales que impiden al sistema económico del país crear mayor cantidad de plazas de trabajo de forma acelerada. Un objetivo que no se alcanzará mientras no se comprenda la necesidad de dotar mayor capacidad de adaptación al cambio a la legislación laboral, propiciando espacios de flexibilidad beneficiosos para trabajadores y empleadores, alineando las remuneraciones a la productividad de la mano de obra y a la relativa abundancia de trabajadores con bajos niveles de educación, experiencia y capacitación. Ahora más que nunca es preciso que se comprenda que no se puede ganar la batalla contra la pobreza en ausencia de condiciones adecuadas que permitan al sector productivo generar más empleo formal; la situación que el país atraviesa necesita mucho más que políticas sociales bien diseñadas, efectivas, transparentes y manejadas con honradez. Si ya antes de todo esto era urgente la generación de empleo, más todavía después.