12/06/2018

Desastres anunciados

Mientras no se reconozcan las dificultades inherentes al tipo de sistema que se pretende hacer funcionar, es cosa de tiempo para que vuelva a suceder lo mismo otra vez.

12 de junio del 2018

Escrito por: Hugo Maul R.

Cuando hay crisis es cuando más se necesita que el gobierno funcione bien. En el caso de la catástrofe del volcán de Fuego esto era muy difícil que sucediera ante el colapso absoluto de muchas entidades gubernamentales, que ni en condiciones normales son capaces de cumplir adecuadamente su función. A lo cual debe sumarse el hecho que el sistema de respuesta ante catástrofes de este tipo sufre de problemas burocráticos, de coordinación y de incentivos mal alineados entre las agencias involucradas. Sistemas complejos como este se caracterizan por el alto grado de interconexión y retroalimentación entre sus elementos, así como la diversidad en las funciones que cumple cada uno de ellos y su capacidad de adaptación ante cambios en el ambiente. Un reto por demás complicado dados los requerimientos de información y conocimiento necesarios para su funcionamiento; las complicaciones asociadas con propiciar la coordinación oportuna entre múltiples actores, y; los potenciales conflictos entre sus elementos dada la variedad de incentivos existentes.

Desde esta perspectiva, la inadecuada coordinación entre las distintas agencias de gobierno involucradas no es nada nuevo; la imposibilidad de centralizar toda la información y el conocimiento para responder de manera efectiva a este tipo de contingencias hace que un un sistema centralizado de administración, en donde la mayoría de decisiones se toman de arriba hacia abajo, está destinado a ser poco efectivo y a responder tardíamente a las necesidades. Segundo, lo que puede parecer negligencia, malicia o incompetencia por parte de los funcionarios responsables, en realidad podría ser producto de la imposibilidad de coordinar efectivamente a un ejército de servidores públicos que responden, antes que nada, a los incentivos propios del marco institucional de las agencias en donde trabajan, en lugar de responder al interés general.

A esto hay que añadir la dimensión política de este tipo de tragedias, en donde, dados los incentivos existentes, no se puede descartar la interferencia por parte de los políticos a lo largo de todo el proceso, así como la falta de preparación por parte de algunos de los funcionarios de más alto rango dentro del sistema producto de la politización de los nombramientos y la falta de credenciales apropiadas por parte de muchos para estar a cargo de las tares que se les encomiendan. Nada de esto, claro está, pretende desvalorizar el esfuerzo de cientos de funcionarios públicos y voluntarios que han hecho todo lo posible para lidiar con las circunstancias o justificar los errores cometidos. El objetivo es mostrar que mientras no se reconozcan estas dificultades inherentes al tipo de sistema que se pretende hacer funcionar, es cosa de tiempo para que vuelva a suceder lo mismo otra vez. Una de las lecciones que debería dejar la tragedia del volcán de Fuego es la necesidad de repensar nuevamente este sistema.

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