Escrito por: Hugo Maul Rivas
Guatemala, 26 de enero del 2021
Han pasado ya dos meses desde que el Congreso diera marcha atrás con el controvertido proyecto de Presupuesto público que desató las movilizaciones populares de finales del año pasado. A punto de cumplirse el primer mes de este nuevo año sigue sin existir una propuesta definitiva de readecuación de dicho Presupuesto. Aunque para la inmensa mayoría de la población la inexistencia de esta readecuación no hace mayor diferencia en su vida cotidiana, mientras más tiempo transcurra sin que dilucide este asunto mayor es el impacto negativo sobre la credibilidad de la política macroeconómica de este Gobierno. Esto último, un aspecto que se consideraba fundamental en el manejo de la política económica hace 20 o 30 años atrás, ha pasado a un segundo plano en la experiencia reciente de muchos países. La prudencia en el manejo de la política fiscal y monetaria parecieran ser ideas superadas; es decir, si las circunstancias, el pragmatismo y el cálculo político así lo indican, estos temas pueden pasar a un segundo o tercer plano. De esa cuenta, parecería que importa poco el nivel final del déficit fiscal, del nuevo endeudamiento o el destino del gastos: la recuperación económica y el combate a la pandemia son poderosas circunstancias no pueden quedar supeditadas a consideraciones de equilibrio y sostenibilidad fiscal y, llegado el caso, tampoco consideraciones de eficiencia en el uso de los recursos.
Después de la espectacular expansión del gasto público que experimentaron muchos países tratando de mitigar los efectos de la pandemia, pareciera que la coherencia y prudencia en materia macroeconómica es un asunto del pasado. Desde esta perspectiva, la readecuación presupuestaria es más que un simple ejercicio de cuadrar salidas y entradas de efectivo. Más que enfocarse en la inclusión o exclusión de determinados tipos de gasto dentro del Presupuesto, la referida readecuación debería partir reconociendo que el nivel de gasto público debe guardar un nivel mínimo de coherencia con los ingresos tributarios actuales y futuros; y que el ritmo de crecimiento de la deuda debe ser congruente con la tasa de crecimiento económico, el costo de la deuda y la carga que representa el pago de intereses de la misma. Dicho de otra forma, sería más sano apostar por lo bajo que quedarse corto en las estimaciones de recaudación tributaria para 2021; situación que obligaría a reconocer los peligros que representaría financiar con deuda pública la brecha resultante entre el elevado techo presupuestario heredado de 2020 y las proyecciones realistas de recaudación tributaria; reconocer la necesidad de recortar las gastos para garantizar déficits fiscales sostenibles durante los próximos años. Esto es, reconocer que durante el 2020 se consumió el poco margen que existía para manejar las finanzas públicas de manera poco prudente.