Escrito por: Hugo Maul R.
Guatemala, 12 de marzo del 2019
Existen altos niveles de corrupción y muchos de los males nacionales son producto de ella. Razón por la cual la ciudadanía demanda de acciones concretas para evitar, limitar y combatir la corrupción. No obstante, esta percepción de la población no necesariamente es producto de su hartazgo con este mal sino por la falta de efectividad del accionar gubernamental. Es fácil que una ciudadanía atónita por tanto escándalo de corrupción, en busca de respuestas a la falta de resultados de la política pública, atribuya a la corrupción la inefectividad gubernamental. De esa cuenta, es muy probable que, por más éxito que pueda tener un nuevo gobierno en el combate a la corrupción, si no supera dicha inefectividad es muy probable que la población siga creyendo que la corrupción es elevada. Así como un país no es más corrupto un día después que se descubre un escándalo de corrupción y tampoco menos corrupto un día después que un juez manda a alguien a la cárcel por este tipo de actos, la calidad y efectividad de la gestión gubernamental tampoco mejorará diametralmente por simplemente atacar la corrupción.
De esa cuenta, bien harían las facciones en contienda electoral en no limitarse a prometer la “limpieza del sistema” y romper con las viejas prácticas. Hace falta, además, que diseñen con mucho cuidado paquetes de políticas anticorrupción bien y reformas profundas en la forma que funciona el sector público. Eliminar la mala calidad de las políticas públicas, la inefectividad de la gestión gubernamental y la ineficiencia en el uso de los recursos públicos requiere prioridades claras por parte de las autoridades de turno; adecuados métodos de planificación; sólidos modelos conceptuales que justifiquen la acción pública; presupuestación costo-efectiva; disponibilidad de recursos; seguimiento y monitoreo del gasto; acceso a la información pública; transparencia; evaluación, y; rendición de cuentas. Parafraseando a Krastev, el connotado politólogo búlgaro, un sano escepticismo sobre las bondades de la retórica de la anticorrupción es obligado; en muchos lugares tales políticas no han generado los resultados esperados y los grandes problemas de los países siguen existiendo. Las políticas anticorrupción no deben convertirse en una obsesión, al punto que sus promotores no acepten cuestionamientos y se nieguen a evaluar sus méritos, defectos, costos y beneficios. Eliminar la corrupción no es la panacea de todos los males, mucho menos la varita mágica del desarrollo.