Guatemala, 24 de enero del 2022
Escrito por: Hugo Maul Rivas
¿Qué tanto problema puede causar que un vehículo se detenga 15 segundos sobre el carril derecho del Boulevard Liberación a las 5PM? ¿Cuál es el problema que los motoristas se suban a las aceras para ganar tiempo? ¿Qué los pilotos de camionetas paren en cualquier lugar a recoger pasaje? Ninguno de estos comportamientos pareciera ser tan grave para hacer tanto aspaviento en relación al incumplimiento de las normas de tránsito. Si, además, se tiene en cuenta que el funcionamiento del sistema no es el mejor desde el punto de vista social, las consecuencias de este tipo de transgresiones parecen ínfimas, sino inexistentes. En todo caso, la gravedad de cada transgresión se evalúa en función de la molestia que pueda causar entre los afectados directos y la severidad de las represalias o castigos que puedan sufrirse, en caso que la transgresión termine en un altercado entre privados o sea detectada por la autoridad. Siempre y cuando se considere que la transgresión no causará mayores inconvenientes al infractor, cada quien se siente con el pleno derecho de hacer lo que se le venga en gana. La regla operativa parece ser: todo se vale, siempre y cuando las consecuencias se puedan controlar.
Resultaría utópico creer que la ley siempre será respetada, en todo lugar y en todo momento. La ilegalidad, de cierta forma, es parte inherente del funcionamiento del sistema, siempre y cuando tales transgresiones, pequeñas o grandes, no se conviertan en la forma aceptada de conducta. Al punto que, incluso, personas respetuosas de la ley se vean obligadas a recurrir a tales prácticas con tal de sobrevivir. La anomía, como dice R. Dahrendorf, el sociólogo y jurista alemán, es “una situación social en la cual las normas que regulan el comportamiento de la gente han perdido su validez”, que podría hacer regresar al hombre al Estado de la Naturaleza, en su versión Hobbesiana, en donde la vida es “solitaria, pobre, asquerosa, brutal y corta”. Culpar a las grandes transgresiones de la ley de los problemas sociales es fácil y cómodo: la gran corrupción, los grandes fraudes, el abuso desmedido de poder, etcétera. Más difícil e incómodo es reconocer que la acumulación de cientos de miles de “pequeñas” transgresiones cada día en múltiples ámbitos de la convivencia social pueden derivar en lo mismo. La lógica de los que “vengan atrás, que arreen” o que los demás le “hagan ganas” podrá obedecer a una racionalidad individual impecable pero provoca grandes ineficiencias sociales. Algo así como muy inteligentes en la propia opinión, pero estúpidos a nivel social. Cuando se llega a una situación en donde el tonto es que acata las normas, queda poco para la autodestrucción, como probablemente diría Durkheim.