Escrito por Hugo Maul Rivas
Guatemala, 25 de mayo del 2021
La próxima visita de la vicepresidente de EE. UU. a México y Guatemala ha causado cierto revuelo en la región. Es poco frecuente que líderes políticos o funcionarios públicos de tan alto nivel enfoquen su atención en tan solo dos países de la región. Además, muchos están “ojo al Cristo” con esta visita ya que, como reza el refrán, “el Cristo es de plata”; si bien los US$4 millardos prometidos por la administración Biden resultan insuficientes para hacer eliminar las principales causas de la migración en esta región, no puede negarse que estos fondos son, literalmente, como “agua de mayo” para muchas organizaciones en la región. Finalmente, como adecuadamente lo mencionaba un colega de esta sección de ‘elPeriódico’, del Triángulo Norte solo ha quedado uno de los puntos del polígono; dados los recientes acontecimientos en Nicaragua, Honduras y El Salvador, todo apuntaría a que Guatemala debería convertirse en el principal receptor de las ayudas prometidas por el gobierno estadounidense, ante la falta de interlocutores válidos en la región. Siendo este el estado de cosas existente, sería importante aprovechar la visita de la señora Harris para solicitarle su apoyo en el desarrollo de proyectos que verdaderamente impacten en el corto plazo el bienestar de la población más propensa a migrar.
En ese sentido, es preciso reconocer que las limitadas capacidades de gestión de los gobiernos de la región, sumadas a la degradación institucional existente y la ubicuidad de la corrupción limitan seriamente la posibilidad de estructurar proyectos que se traduzcan en resultados tangibles para la población más propensa a migrar. Dadas estas limitaciones prácticas, nada se perdería solicitándole a la señora Harris que su Gobierno se haga cargo de la vacunación contra el COVID-19 en la región. Sin llegar al extremo de Pablo Hiriart, en su columna de ayer de ‘El Financiero’ de México, en donde propone que “Biden debería vacunar a toda América Latina”; bien podría ser el mejor negocio para ello y para estos países que parte de esos US$4 millardos se utilicen para sufragar el costo de vacunar a cerca de 40 millones de centroamericanos en el Triángulo Norte y Nicaragua. El impacto económico positivo que tendría “volver a la normalidad” seguramente tendría un efecto más positivo y tangible sobre el bienestar de la población que cualquier otro tipo de proyecto, por más ambiciosos y complejo que pudiera ser. En otras palabras, ampliar a toda la población el servicio que ya prestan a quienes pueden financiarse el “turismo de vacunación” en EE. UU.; en el peor de los casos, como mínimo, se asegurarían que los migrantes que lleguen a su frontera sur no representen una amenaza sanitaria para su territorio. Negocio redondo para todos.