Escrito por: Hugo Maul Rivas
Guatemala, 13 de septiembre del 2022
«A los consumidores de gasolina les decimos que retomaremos la senda de crecimiento de precios, y que el objeto no será más que disminuir el déficit irresponsablemente acumulado”. Según la mitología de izquierda reinante, este tipo de medidas solo las ejecutan gobiernos conservadores o neoliberales; regímenes a los que le importa muy poco fomentar la solidaridad y que anteponen el dinero a la justicia social. El lucro antes que las personas. Según el responsable de estas declaraciones, es momento de preguntarse si “vale la pena subsidiar la gasolina … cuando la tasa de mortalidad por desnutrición infantil se duplica”. Típico razonamiento del satanizado “Consenso de Washington”, paradigma que en su segundo principio sostenía que debían establecerse “prioridades para el gasto público, eliminando todos los subsidios y reorientando el gasto hacia la inversión en infraestructura e inversión social”. Cualquiera diría que esta defensa del manejo responsable de los recursos públicos las dijo algún ministro de hacienda o presidente de un partido de derecha asesorado por el Fondo Monetario Internacional, el BID o el Banco Mundial.
Nada más alejado de la realidad, estas palabras las pronunció Gustavo Petro, el recién electo presidente colombiano de izquierda, en referencia a la insostenible situación financiera del Fondo de Estabilización de Precios de Combustibles. Habrá que ver si este aumento de precio a la gasolina reaviva los rescoldos que seguramente existen del Bogotazo de 2020. Algo parecido desató el Estallido Social en Chile en 2019. Claro está, en ambos casos los presidentes de turno en estos países pertenecían a movimientos políticos de derecha. El problema que tiene ahora Petro en sus manos demuestra que los programas de estabilización económica de las últimas dos décadas del siglo veinte, respondían más a la precaria situación financiera que vivía que a la imposición de una agenda ideológica impulsada desde Washington. Desde la lógica extremista reinante, un gobierno verdaderamente de izquierda no debería recurrir a medidas típicas del Consenso de Washigton, así como un gobierno supuestamente de derecha nunca debió haber subsidiado de manera tan escandalosa el precio de los combustibles. Este episodio demuestra que la irresponsabilidad fiscal y las medidas económicas populistas no son monopolio de la izquierda, así como que sincerar precios artificialmente bajos y promover ajustes fiscales no son monopolio de la derecha. Gobernar bien o gobernar mal es algo que va más allá de las ideologías reinantes; la mera adscripción a una forma cerrada de comprensión del mundo no garantiza nada, salvo una falsa sensación de inocencia de haber seguido un libreto ciegamente.